Algo anda realmente mal con ésta sociedad en la que me tocó vivir. Bueno, de hecho hay demasiados males, sin duda que no considero en esta entrada, pero para eso tengo media vida por delante.
No confío en las personas, eso es obvio y además lógico. Nadie es enteramente confiable en ninguno de los sentidos, porque, irónicamente, aunque las personas son altamente predecibles -tanto que raya en lo aburrido- también son volubles e infames. La mayoría son títeres de otros títeres en una cadena infinita de mandos, de causas y consecuencias y reacciones que tienen que ver con sentimientos o procesos mentales incomprensibles para mí.
El último mes me la pasé tratando de demostrar que a pesar de mis innumerables talentos sería incapaz de robar una ventana, una puerta o el techo de cualquier departamento, aunque el sentido común no lo requiera. La mayoría no entendió la diferencia de dimensiones entre mi maleta más grande y la puerta principal.
Buscar departamento me generó el mismo sentimiento de aversión que me provoca buscar trabajo.
Mi confusión crece cuando en algún lugar de ésta ciudad alguien es arrendatario de personas de ocupación cuestionable ya que por lo que pude comprobar los caseros hacen una investigación tan "completa" sobre los inquilinos que CSI quedaría opacado aún con sus cientos de microscopios.
PD. Para cuándo el fin del mundo, pregunteme yo.
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